domingo, 22 de maio de 2011

(continuação)
LA REGLA
DE LA ORDEN
DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

EN EL HOY DE LA IGLESIA
Carta del Ministro General OFM
a todas las Hermanas
de la Orden de la Inmaculada Concepción,
en el V Centenario de la aprobación de la Regla de la OIC

El aplauso de la Iglesia
Como se evidencia en las Constituciones generales de la Orden, aprobadas el 22 de febrero de 1993, y en otros documentos de la Iglesia, ésta aplaude esos mismos impulsos básicos de la Regla: esponsalidad con Cristo, acogida al Espíritu, entrega al Padre, reproducción de María, lectura humilde y orante del Evangelio, realización comunitaria de la vida contemplativa y sus tradiciones monástica y franciscana. Son valores permanentes, y en este momento también sumamente válidos. Son líneas dinámicas fuertes, constantes, que tiran para adelante sin indecisiones, en formulaciones diversas.
Confronto la Regla con los documentos de la Iglesia y la ésta, leída al trasluz de esta renovada conciencia eclesial, me muestra nuevos contenidos y dimensiones, vagamente intuidos en el momento de la redacción. En su momento inicial, con la gracia de Dios, la Regla fue instrumento de santificación y glorificación de Dios y de María. Ahora debe seguir siéndolo.
Y veo que el momento es particularmente oportuno para una fidelidad creativa.
El proceso de renovación de la Iglesia, que se inició con el movimiento conciliar, de entrada fue una sorpresa. Luego se produjeron tiempos de confusión y desconcierto en las doctrinas y en las sugerencias prácticas, llegando a provocar movimientos de fuerte defensa frente a interpretaciones que, con razón o sin ella, se juzgaban imprudentes. El dinamismo fue salvado por el prestigio y por la autoridad de la Iglesia, a quien las hermanas siempre han querido ser fieles.
Ahora la actitud de las hermanas es más madura, confiando que se pueden lograr equilibrios serenos, que se puede y se debe avanzar en múltiples aspectos sin tropezar y sin salirse del camino. Se abandona así una postura ligeramente imprudente en algunas, excesivamente precavida en otras, que ve peligro en losavances y acaso añora tiempos pasados, sin percibir logros que nos ayudarán a vivir esta Regla de la manera más coherente y válida hoy.
Los cambios que hemos vivido en estos últimos años fueron provocados por la llamada y el don del Concilio en la Iglesia. El Concilio nos invitó a una renovación que tuviese en cuenta cuatro fidelidades que nunca pueden faltar en toda forma de vida consagrada: fidelidad a Cristo, fidelidad al propio carisma, fidelidad a la Iglesia y fidelidad al hombre de hoy (Cf. PC, 2). “Son caminos de profundización, purificación, comunión y misión” (CdC, 7). Es el momento, nos dice la Iglesia, de “una vida consagrada renovada y fortalecida” (VC, 13). Esa llamada del Concilio y de la Iglesia de hoy ha de ser acogida con prontitud y gozo, pues la renovación profunda a la que somos llamados, a pesar del camino recorrido, está todavía a medio camino. Ahora es el momento de asumirla, vivirla y llevarla a plenitud. Tanto más que nos viene urgida por evolución interior y exterior. El centenario de la aprobación de la Regla es una buena ocasión para ello.
Contemplando, a la vez, la Regla, el pensamiento de la Iglesia y la realidad de nuestras personas y de nuestro mundo, llego a pensar, como lo intuí hablando a los hermanos, que esta hora es preciosa, que este tiempo es un kairós, que estos tiempos no sólo son “delicados y duros”, sino también ricos de esperanzas (Cf. VC, 13).
Esta hora es preciosa para vosotras
Es hora de vibrar de gozo y gratitud por una vocación de privilegio que habéis recibido sin merecerla, con los valores propios de una vida contemplativa monástica que “se ocupa solo de Dios” y es, desde la oblación, la oración y la alabanza, bendición para toda la Iglesia; concretizada en rasgos carismáticos propios radiantes.
Es hora de desear aun más intensamente el ser desposadas con Jesucristo como una experiencia de maravillosa densidad, compromiso glorioso e inmenso, conocerlo, ver su rostro, seguirlo: “Tener los mismos sentimientos de Cristo” (Flp 2,5); “hacerse un solo espíritu con Cristo” (R. OIC, 30).
Es hora de proclamar que el Señor suscitó a María en Concepción Inmaculada y cuanto eso significa: la imagen de Dios bueno, de Cristo Salvador, del Espíritu vivificador, de María privilegiada, del valor de la persona, de la gracia de la pobreza, de la belleza, de la humildad. Hacéis esa proclamación con vuestra propia existencia como signo legible, como contraste con el mundo, como diálogo ofrecido.
Es hora de aliento espiritual y contemplativo enriquecido por la liturgia, camino de formación, maestra de pensamiento y experiencia espiritual; y por un creciente aprovechamiento de la Palabra de Dios en el estudio y en la oración como lectura orante de la Palabra. En este contexto hago mía la invitación que nos viene del Sínodo sobre la Palabra y que Benedicto XVI recoge en la reciente Exhortación Apostólica Verbum Domini: “No falte en ninguna comunidad de vida consagrada una formación sólida a la lectura orante de la Biblia” (VD, 83).
Es hora de comunión y fraternidad, hora de más profundo sentido de Orden, la Orden de la Inmaculada Concepción, de la que entrasteis a formar parte desde el momento en que llamasteis a la puerta de en un monasterio (Cf. R. OIC, 2). Esta Regla, cuya aprobación recodamos en este año, es Regla de una Orden. Regla y Orden van juntas. Cuidamos sus mediaciones como federación, confederación, comunicación, colaboración, amor sincero (No dudo en recomendar releer y reflexionar nuevamente sobre el documento Vida fraterna en Comunidad, CIVCSVA, Roma, 1994).
Es hora de estimar y cuidar mejor de la persona humana. Atendiendo a sus procesos propios. Es hora de un mayor respeto por la responsabilidad y dignidad personal en igualdad, superando antiguas diferencias, y animando a participar en la vida y decisiones comunitarias con corresponsabilidad. Esto repercute en un nuevo ejercicio de la autoridad. Es hora de valorar adecuadamente el genio de la mujer y aceptación de su protagonismo. Incluso con sano pluralismo en elementos secundarios. Al mismo tiempo, es hora de fomentar y ejercitar una vida comunitaria como encuentro interpersonal de personas más libres y maduras (Recomiendo vivamente el estudio y la reflexión del documento El Servicio de la Autoridad y la Obediencia, CIVCSVA, Roma, 2008).
Es hora de una mejor toma de conciencia y esfuerzo por la revitalización de la formación inicial y permanente en maneras nuevas, bajo sus muchos aspectos. Una formación integral, que tenga en cuenta todas las dimensiones de la persona: humana, cristiana y carismática, “de tal modo que actitud y comportamiento manifiesten la plena y gozosa pertenencia a Dios, tanto en los momentos importantes como en las circunstancias ordinarias de la vida cotidiana” (VC, 65). Una formación permanente, pues “la exigencia de la formación no acaba nunca” (Idem). Una formación que, sin olvidar las exigencias de la formación inicial, dé una prioridad real a la formación permanente, pues sólo desde ella podréis mostrar “la belleza de la entrega total a la causa del Evangelio” en la vida concepcionista, y podréis hacer un anuncio explícito de la vocación concepcionista a las nuevas generaciones (VC, 64). Sin una formación adecuada no tendréis futuro, porque ya no tenéis presente. Sin una formación adecuada a las exigencias de vuestro carisma y del mundo actual no podéis hacer una buena pastoral vocacional.
Es hora de amar, con la Iglesia, a nuestro mundo de hoy, esta generación sorprendente, que el Señor ama con pasión, estimando el diálogo con él, respetando las diversas culturas, vibrando de impulso misionero, colaborando a la expansión de la Orden en otros países.
Es hora de cruz redentora, sin duda. El ser desposadas con Jesucristo Redentor tiene en esta hora aplicaciones reales y dolorosas. Pues hay que hacer frente a las nuevas dificultades con la lucidez y la audacia, con el coraje con que lashermanas primeras combatieron las suyas sin rendirse. Las dificultades no son pequeñas, pero la Regla os motiva, os exige y estimula a continuar trabajando y realizar en el sufrimiento la ofrenda personal en comunión con Jesús (Cf. R. OIC, 2).
Es hora de la confianza en la Providencia que suscitó de la nada a María y condujo a la Orden naciente en momentos bien difíciles. El Señor suscitó esta Orden para honra de su Hijo y de su Madre y sigue interesado en ello. Ese ha de ser el motivo de vuestra confianza indestructible, aunque no sepáis exactamente cómo procederá hoy el Señor. Las posibilidades futuras de la Orden y de las federaciones están en los cuidados providentes del Señor, en quien confiamos, y, por vuestra parte, en una coherente y decidida tarea de ir llevando adelante este proceso en sus
múltiples aspectos de mentalidad, vida e imagen de la vida. Estas dificultades no solamente no os deben llevar al desánimo, sino que han de servir para reforzar vuestro trabajo y a comprometeros “con nuevo ímpetu” (VC ,13), teniendo en cuenta las orientaciones de la Iglesia. Ante las dificultades que experimentamos no podemos esconder la cabeza bajo el ala. Hemos de afrontarlas con la confianza di quien sabe que Él es nuestro custodio y defensor, nuestro refugio y seguridad (cf. AlD).
Ciertamente nos encontramos en una encrucijada entre un pasado que se fa agotando y un futuro incierto. Pero el final de un mundo no es el final del mundo, como el final de un determinado estilo de vida consagrada tiene que ser el final de la vida consagrada. Alguien ha definido a los cristianos de hoy como los cristianos de la transición. Tal vez esto mismo se puede decir de los consagrados de hoy. Por otra parte es evidente la crisis de nuestra sociedad y también de la vida consagrada, pero las crisis en sí mismas no son necesariamente negativas. Las crisis son, como dice Erik Erikson, “períodos cruciales de acrecentada vulnerabilidad y elevado potencial”.
En esta situación los consagrados y, entre ellos también vosotras, hemos de recordar que la vida de fe es el trampolín para construir el futuro de la vida consagrada y, como consecuencia, de la vida concepcionista. La fe os permitirá superar todo sentimiento de impotencia y de resignación ante un presente difícil y un futuro incierto. La mirada al futuro, desde vuestra situación actual, debe impulsaros a redescubrir más hondamente el sentido genuino de vuestra vida. Arraigar de nuevo en lo que constituye su identidad más honda significa fortalecer vuestra esperanza.
Convencido, como estoy, que los frutos para la Iglesia del futuro, algunos ya perceptibles, pueden ser abundantes por vía de comunicación espiritual y por vía de testimonio de personas y comunidades maduras, que viven para Dios como María en servicio de los hombres, os invito a vivir vuestra forma de vida ancladas en una fe profunda, con verdadera pasión y con profundo gozo.
(continua)

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