segunda-feira, 6 de dezembro de 2010

A LA ATENCIÓN DE LAS HERMANAS
DE LA FEDERACIÓN BÉTICA
SANTA MARÍA DE GUADALUPE,
DE LA ORDEN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN.
Mis queridas hermanas: Paz y bien en el Señor y en su Madre Inmaculada.
Supone un verdadero gozo aprovechar la ocasión que nos ofrece la solemnidad de la Inmaculada para acrecentar nuestra mutua comunión y, por mi parte, animar dentro de mis posibilidades, vuestra forma de vida y vocación según la Madre del Señor, Limpia y sin Mancha. Además, este año jubilar en torno a la Bula Ad Statum Prosperum, nos permite mirar con gratitud el pasado por estos 500 años y venerar este bendito texto por ser la Carta Magna de las hermanas concepcionistas presentes y futuras.
La Inmaculada en Adviento.
Adviento y la celebración de la Inmaculada nos abren a la novedad y a la esperanza. Es un tiempo muy a propósito para aceptar el mensaje del Señor, acogerlo en su sorprendente novedad y ponernos en marcha a la luz de su Palabra, la cual celebraremos más adelante “hecha carne”.
Hemos de tener mucho cuidado y estar muy atentos a los mensajes que recibimos. En una sociedad saturada de comunicaciones de toda índole, un mundo sobre el que sólo parecen predominar las leyes económicas y las múltiples caras de la crisis, y también la estación de invierno en que parece estar sumida la vida consagrada al menos en Europa, nos pudieran sugerir que es mejor replegarnos en la trinchera por miedo o simplemente porque no tenemos ya esperanza. Precisamente cuando los signos que nos rodean no nos invitan a vivir la alegría y la esperanza es cuando hemos de estar más vigilantes para escuchar el mensaje de Dios. Como lo hicieron los profetas, como lo hizo María en su juventud nazarena, como lo hicieron un día Francisco o Clara o Beatriz… en sintonía con el rumor de Dios que dio paso a encarnar su voluntad en este mundo.
Adviento y la Inmaculada nos invitan insistentemente a escuchar y acoger la Palabra. Sólo así podremos reconocerla “hecha carne”. La reciente publicación de la Exhortación Apostólica de Benedicto XVI en torno a la Palabra del Señor, nos recuerda que "el objetivo fundamental de la XII Asamblea era «renovar la fe de la Iglesia en la Palabra de Dios»; por eso es necesario mirar allí donde la reciprocidad entre Palabra de Dios y fe se ha cumplido plenamente, o sea, en María Virgen, «que con su sí a la Palabra de la Alianza y a su misión, cumple perfectamente la vocación divina de la humanidad». La realidad humana, creada por medio del Verbo, encuentra su figura perfecta precisamente en la fe obediente de María. Ella, desde la Anunciación hasta Pentecostés, se nos presenta como mujer enteramente disponible a la voluntad de Dios. Es la Inmaculada Concepción, la «llena de gracia» por Dios (cf. Lc 1,28), incondicionalmente dócil a la Palabra divina (cf. Lc 1,38). Su fe obediente plasma cada instante de su existencia según la iniciativa de Dios. Virgen a la escucha, vive en plena sintonía con la Palabra divina; conserva en su corazón los acontecimientos de su Hijo, componiéndolos como en un único mosaico (cf. Lc 2,19.51). Hemos de descubrir -insiste el Papa- el vínculo entre María de Nazaret y la escucha creyente de la Palabra divina… no se puede pensar en la encarnación del Verbo sin tener en cuenta la libertad de esta joven mujer, que con su consentimiento coopera de modo decisivo a la entrada del Eterno en el tiempo. Ella es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida” (Benedicto XVI, Verbum Domini, 27).
La mujer dócil a la Palabra sin condiciones.
Rememoramos con orgullo que María se mantuvo incondicionalmente dócil a la inspiración y a la Palabra del Señor. Pero en María esta incondicionalidad es ya respuesta. Es respuesta a Aquél que es incondicional en su Amor y en ofrecer a la humanidad un diálogo que abre el puente y la puerta de la Salvación y Redención.
A este propósito, el Papa insiste en la “exigencia de un acercamiento orante al texto sagrado como factor fundamental de la vida espiritual de todo creyente, en los diferentes ministerios y estados de vida, con particular referencia a la lectio divina... Aunque se ha de evitar el riesgo de un acercamiento individualista, teniendo presente que la Palabra de Dios se nos da precisamente para construir comunión, para unirnos en la Verdad en nuestro camino hacia Dios. Es una Palabra que se dirige personalmente a cada uno, pero también es una Palabra que construye comunidad, que construye la Iglesia. Por tanto, hemos de acercarnos al texto sagrado en la comunión eclesial. En efecto, «es muy importante la lectura comunitaria, porque el sujeto vivo de la Sagrada Escritura es el Pueblo de Dios, es la Iglesia... La Escritura no pertenece al pasado, dado que su sujeto, el Pueblo de Dios inspirado por Dios mismo, es siempre el mismo. Así pues, se trata siempre de una Palabra viva en el sujeto vivo. Por eso, es importante leer la Sagrada Escritura y escuchar la Sagrada Escritura en la comunión de la Iglesia, es decir, con todos los grandes testigos de esta Palabra, desde los primeros Padres hasta los santos de hoy, hasta el Magisterio de hoy»…Encontramos sintetizadas y resumidas estas fases de manera sublime en la figura de la Madre de Dios. Modelo para todos los fieles de acogida dócil de la divina Palabra, Ella «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19; cf. 2, 51). Sabía encontrar el lazo profundo que une en el gran designio de Dios acontecimientos, acciones y detalles aparentemente desunidos (Cf. Benedicto XVI, Verbum Domini 86-87).
María en la vida monástica
El origen de toda vida consagrada y monástica «nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida». En este sentido, el vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte «en “exegesis” viva de la Palabra de Dios». El Espíritu Santo, en virtud del cual se ha escrito la Biblia, es el mismo que «ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla», dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica… La gran tradición monástica ha tenido siempre como elemento constitutivo de su propia espiritualidad la meditación de la Sagrada Escritura, particularmente en la modalidad de la lectio divina. También hoy, las formas antiguas y nuevas de especial consagración están llamadas a ser verdaderas escuelas de vida espiritual, en las que se leen las Escrituras según el Espíritu Santo en la Iglesia, de manera que todo el Pueblo de Dios pueda beneficiarse… Nunca debe faltar en las comunidades de vida consagrada una formación sólida para la lectura creyente de la Biblia.
En la Iglesia hay gratitud e interés por las formas de vida contemplativa, que por su carisma específico dedican mucho tiempo de la jornada a imitar a la Madre de Dios, que meditaba asiduamente las palabras y los hechos de su Hijo (cf. Lc 2,19.51), así como a María de Betania que, a los pies del Señor, escuchaba su palabra (cf. Lc 10,38). Particularmente las monjas y los monjes de clausura, con su separación del mundo se encuentran más íntimamente unidos a Cristo, corazón del mundo. La Iglesia tiene necesidad más que nunca del testimonio de quien se compromete a «no anteponer nada al amor de Cristo». El mundo de hoy está con frecuencia demasiado preocupado por las actividades exteriores, en las que corre el riesgo de perderse. Los contemplativos y las contemplativas, con su vida de oración, escucha y meditación de la Palabra de Dios, nos recuerdan que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (cf. Mt 4,4). Por tanto, todos hemos de tener muy presente que una forma de vida como ésta «indica al mundo de hoy lo más importante, más aún, en definitiva, lo único decisivo: existe una razón última por la que vale la pena vivir, es decir, Dios y su amor inescrutable» (Cf. Benedicto XVI, Verbum Domini 83).
V Centenario de la Regla
Nadie duda que la columna que vertebra el carisma de Beatriz y la Regla de esta Orden es el misterio de María Inmaculada. Carisma y misterio que ha convocado y nutrido a cinco siglos de generaciones de hermanas que en soledad, silencio, vida fraterna, austeridad, trabajos, y vida orante y escondida, ha llegado hasta hoy a través de este venerado texto como Carta Magna de las monjas de la Concepción.
Profesar esta Regla y Forma de Vida no solo es don del Dios Altísimo, sino gesto de oblación personal a Jesucristo el Redentor según las actitudes de su Madre Inmaculada. Esta vocación nacida en el corazón de Santa Beatriz ha sido y es en la Iglesia ese divino camino que se adentra en el misterio del Dios escondido, que se vive en esta Forma de vida escondida y que se presenta ante el mundo como tesoro escondido. Hoy, esta vida monástica, escondida y mariana, debe renovar su vigor a la sombra de la Virgen Inmaculada, con docilidad a las inspiraciones del Espíritu y con generosidad en respuesta a los signos cambiantes del tiempo. Esta vocación, diseñada en la Regla ha servido de guía y espejo durante cinco siglos. Ahora es tiempo oportuno de revitalizar este camino evangélico y monástico aunque tenga que pasar su propia purificación. Al igual que toda la vida consagrada, especialmente en Europa, la forma de vida concepcionista debe seguir alumbrando con luz propia en torno a la Madre Inmaculada según las inspiraciones de Santa Beatriz. Que ninguna dificultad ahogue el deseo de proseguir la senda que marca la Bula Ad Statum Prosperum y que todas las hermanas en torno a este texto encuentre el centro de comunión y el gozo de una misma vocación en la Iglesia.
Que Santa María, elegida para ser la Madre del Señor, y Beatriz, elegida para ser portadora de la preciosa vasija de barro de la Orden de la Concepción os acompañen siempre y os auxilien con su intercesión. Feliz día de la Inmaculada.
Fr. Joaquín Domínguez Serna, OFM
Asistente de la Federacion

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