sexta-feira, 20 de agosto de 2010

El Ministro general
en la Fiesta de Santa Beatriz de Silva

Vuestra vocación y misión:
Ser contemplativas

Sois una Orden contemplativa. Vuestras Constituciones Generales lo expresan claramente al afirmar que vuestra vocación es la vida contemplativa (CCGG 69, 1). Todo en vuestra vida – los votos, la soledad y el silencio, la clausura, la vida litúrgica y la oración, la vida fraterna y la ascesis personal, y la misma formación inicial y permanente-, han de estar finalizadas a progresar cada vez más en la vida de contemplación (cf. CCGG 41, 2; 55, 1; 58, 1; 69, 1; 77, 1; 126, 1). Como concepcionistas (...), seducidas por el amor eterno de Dios, estáis llamadas a vivir el misterio de Cristo desde la fe, la oración constante, la disponibilidad y el ocultamiento (cf. CCGG 4). Esta vida contemplativa ha de llevaros a uniros intensamente a la pasión de Cristo y a participar, de un modo particular, en su misterio pascual (CCGG 58, 1), de tal modo que os transforméis todas enteras en Aquel que todo entero se entregó por nosotros. En eso consiste precisamente la contemplación, en identificarnos con Cristo, hasta el grado de ser iconos vivientes de Cristo. La gran tradición contemplativa de la Iglesia nos muestra como la contemplación es un verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona sea poseída totalmente por el divino Amado. Será entonces cuando se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ama, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14, 21). En este sentido, la contemplación no es, como muchos/as piensan, algo especial, algo excepcional en la experiencia cristiana, reservado sólo a los místicos, sino una realidad a la que somos llamados todos los bautizados, pero de un modo especial todos aquellos que nos hemos consagrado a Cristo. Por otra parte, contemplativo no es aquel o aquella que huye de la historia, sino un creyente que intenta discernir en la historia y en los hombres, en los acontecimientos y en la propia persona, la presencia del Señor. Contemplativo es aquel cuya mirada – la mirada del corazón, sobre todo -, está fija en el Señor, y desde esa postura existencial sabe discernir lo que viene del Señor y lo que le es contrario (cf. VC 73). Esta mirada fija en el Señor permitirá al contemplativo poder leer la historia con los ojos de Dios y con el espíritu embebido del Evangelio, convirtiéndose, de este modo, en el verdadero experto en el discernimiento. Pero hay otro aspecto importante de la contemplación cristiana. Ésta está finalizada a la caridad, a la makrothymía, a la compasión, a la dilatación del corazón. Un verdadero contemplativo nunca será una persona cerrada sobre sí misma, sino que participará de la pasión del mundo, particularmente de la pasión de los pobres. La compasión, la simpatía y la empatía por la humanidad serán las medidas de la verdadera contemplación. La contemplación nunca apartará del compromiso con la historia. El contemplativo, abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos y colabora activamente en la construcción de la historia según el designio de Dios, y teniendo la mirada fija en el rostro de Dios (cf. Novo Milennio ineunte, 16), no la apartará de los otros rostros de Cristo, particularmente en aquellas situaciones de dolor personales, comunitarias, y sociales donde puede resonar el grito de Jesús en la cruz: “¿Por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34). Pero la contemplación no es sólo vuestra vocación, sino que es también vuestra misión. En cuanto Concepcionistas, haciéndoos esclavas del Señor, como María, proclamáis, en actitud contemplativa, la soberanía absoluta de Dios. Este es vuestro principal apostolado, esta es vuestra misión (cf. CCGG 15). La Iglesia os necesita en cuanto contemplativas. También nosotros vuestros hermanos. Y os necesita también nuestra sociedad. Ésta, particularmente en occidente, vive una profunda crisis de valores que lleva a muchos de nuestros contemporáneos a vivir ut si Deus non daretur. La antropología reinante es una antropología inmanentista, y el modelo social imperante es el de un desarrollo ilimitado (capitalismo técnico-nihilista), que no permite abrirse a una auténtica y definitiva trascendencia. En este contexto vuestra vocación de contemplativas se transforma en una misión de la que tiene urgencia nuestra sociedad. No nos privéis de vuestro testimonio de la trascendencia. Os lo repito, mis queridas hermanas: Os necesitamos como contemplativas. En vuestro corazón han de resonar fuertemente y de modo particular estas palabras dirigidas por Juan Pablo II a todos los religiosos: “Vuestro primer cuidado no puede estar más que en la línea de la contemplación. Toda realidad de vida consagrada nace cada día y se regenera en la incesante contemplación del rostro de Cristo” (Homilía, 02/02/2001). Como os recuerdan vuestras Constituciones, sed fieles a vuestra vocación/misión contemplativa, “procurando tener sobre todas las cosas el Espíritu del Señor y su santa operación, con pureza de corazón y oración devota. A fin de alcanzar la unión con Dios y permanecer en diálogo constante con él”, procurad “vacar sólo a Dios en soledad, silencio, en asidua oración y generosa penitencia” (CCGG 69, 1).
La Palabra, manantial de la contemplación
La contemplación es el lugar de acogida de la Palabra de Dios y, a la vez, de la escucha atenta de la Palabra nace la contemplación cristiana. Ésta se fundamenta en el primado de la Palabra de Dios en la vida del creyente, y en la fe que la Escritura Santa es la mediación privilegiada de esa Palabra y de la presencia de Cristo. Los cristianos estamos llamados a ver a través de los oídos, es decir: llegar a la contemplación a través de la escucha. Es verdad que la contemplación es la unión con Dios, por la búsqueda de comunión con él, pero no podemos olvidar que es Dios el primero que ardientemente busca el encuentro con el hombre; es él el primero en salir de sí mismo para unirse íntimamente con el hombre. De este modo, y parafraseando unas palabras de Pascal bien podríamos poner en boca del Señor estas palabras: “Tú no me buscarías si yo no te hubiese encontrado”. La vida contemplativa es don que Dios hace al hombre. A éste le corresponde acoger ese don, dejarse encontrar por Aquel que desde siempre le busca: “Adán, ¿dónde estás?” (Gn 3, 9) Esto nos hace entender que la contemplación cristiana se desarrolla en un espacio relacional en el cual la iniciativa parte de Dios, que nos ha amado primero (cf. 1Jn 4, 19), y nos ha hablado primero hasta manifestarse definitivamente en el Hijo, Palabra hecha carne (cf. Jn 1, 14). Es la Palabra que encuentra en la Escritura un instrumento privilegiado de mediación, en la comunidad cristiana el lugar de su transmisión y el ámbito en que es vivida y declinada como caridad, en la cruz el éxito al que conduce a quien la acoge radicalmente, y en la compañía de los hombres el espacio en el que es testimoniada con fuerza y con dulzura. Es la Palabra el manantial del que brota la contemplación cristiana. Acoger y vivir la Palabra es el secreto de toda alma contemplativa. Mis queridas hermanas: si la Palabra de Dios es el alimento para la vida y el camino diario, lo es también para la contemplación. Os invito a mantener un contacto vivo e inmediato con la Palabra de Dios para que se impriman en vosotras los rasgos del Verbo Encarnado (cf. Juan Pablo II, Homilía, 02/02/2001). Os invito a alimentar vuestra vida contemplativa de la Palabra de Dios (cf. CCGG 40) y, como María, que guardaba fielmente en su corazón el misterio de su Hijo, dedicaros todos los días a la lectura y medición del santo Evangelio y de las Sagradas Escrituras (cf. CCGG 77, 1). En este contexto os invito a hacer de la lectura orante de la Palabra en fraternidad un ejercicio frecuente. De este modo, acogiendo la Palabra, meditándola, y viviéndola juntas, crecerá en vosotras la espiritualidad de comunión, y seréis transformadas en mujeres nuevas, libres, evangélicas, como lo fue Beatriz, reavivando, al mismo tiempo, el impulso de vuestros orígenes.
La Eucaristía, lugar privilegiado para la contemplación
Siendo la Eucaristía lugar privilegiado para el encuentro con el Señor, lo es también para la contemplación del rostro del Señor. Todos, pero especialmente vosotras hermanas contemplativas, sois llamadas a contemplar al Señor de modo especial en la Eucaristía, celebrada y adorada cada día. La Eucaristía, corazón de la vida de la Iglesia, es también el corazón de toda comunidad contemplativa. En la Eucaristía se puede llevar a cabo en plenitud la intimidad con Cristo, la identificación con Él, la total conformación a Él, a la cual vosotras, hermanas contemplativas, estáis llamadas por especial vocación. Haced de la Eucaristía, mis queridas hermanas, el lugar privilegiado de vuestra contemplación. No os acostumbréis a la celebración de la Eucaristía. Sea ésta siempre “nueva” en vuestras vidas y “nueva” será vuestra vida, y radiante vuestra contemplación.
María, zarza ardiente
En el libro del Éxodo 3, 1-15 encontramos la perícopa de la zarza que “estaba ardiendo y no se consumía” (Ex 3, 2). Este versículo ha sido interpretado por los Santos Padres como imagen de María, Virgen y Madre, a quien vosotras queréis servir, contemplar y celebrar en su Concepción Inmaculada (cf. CCGG 9, 1). Según dicha interpretación patrística, María no es el fuego, no es la fuente de calor, pero ilumina, dejándose iluminar; es cálida, porque en sus entrañas lleva al que es la Luz. El fuego en las teofanías es el símbolo de la cercanía y, al mismo tiempo, de la trascendencia divina. La llama está fuera de nosotros y, como la luz, no puede ser aferrada; es algo que nos trasciende, y, sin embargo, nos traspasa con su calor y con su esplendor; nos envuelve y nos penetra con su presencia. “En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (Lc 2, 15-19) y a la primicias de las naciones” (CEC 724). Como recordaba Juan Pablo II, “la contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable […] nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo” (Carta sobre el Rosario, 10). Como Concepcionistas estáis llamadas a contemplar a Jesús con los ojos de María, la “zarza ardiendo”. Como la contemplación de María, también la vuestra sea una mirada interrogadora (cf. Lc 2, 48): penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, como en Caná (cf. Jn 2, 5); dolorosa como en el calvario (cf. Jn 19, 26-27); radiante por la alegría de la resurrección, y ardorosa, por la efusión del Espíritu, el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14). María, en el misterio de su Concepción Inmaculada os abre a un conocimiento profundo del misterio de su Hijo. Seguid con María los pasos de Jesús (cf. CCGG 69, 1). Al igual que María sed también vosotras zarzas ardientes, dejándoos habitar por él, para ser epifanía del Señor en un mundo tan necesitado del Señor, como lo está de pan.
Conclusión
Queridas hermanas: sean estas breves y sencillas reflexiones ocasión para que profundicéis en lo que es esencial a vuestro carisma: la vida contemplativa. Sirvan de pretexto para seguir profundizando en esta dimensión esencial para vosotras. No ceséis de mirar el rostro de Cristo, para poder luego contemplarlo en los demás, llevándoles a Cristo vuestro Esposo en vuestras palabras y en vuestras acciones. ¡Contemplad su rostro y quedaréis radiantes! ¡Contemplad su rostro y seréis, como María, mujeres contemplativas!
¡Feliz fiesta de Santa Beatriz de Silva!
Roma, 13 de junio,
fiesta de san Antonio de Padua, del 2010
Vuestro hermano y siervo
Fr. José Rodríguez Carballo, ofm
Prot. 1234567

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